ESCALERA AL CIELO
Cada mañana la idea de llegar al cielo era más y más constante. La casona, ni tan vieja ni tan crujiente como su escalera me recibía por las mañanas del invierno limeño, con el piso de cemento húmedo o completamente sudado por la punzante y constante garúa de la temporada. Una pequeña cámara me mira fijamente, siempre me hace sentir intimidado, acoquinado, amilanado; aunque la pequeña y creciente palmera a mi lado izquierdo me ayudaba a recordar mis inicios en este lugar, porqué lo había elegido y cual era mi destino aquí. Aquel árbol crecía a mi lado desde que empecé a estudiar aquí, tanto como las dos banderas inacabables, la orgullosa rojiblanca y la respetable celeste de la escuela. Una manguera que mantenía fresco el pasto en verano, yacía sucia, embarrada y olvidada, pues su tarea había sido cumplida por la madre naturaleza; parecía una serpiente en la selva mimetizada buscando una víctima para saciar su hambre. Subí tres pequeños escalones y vi claramente el número 202 e