Entrada la noche y en la frontera, Nena Daconte observó que el dedo que cargaba al anillo de bodas seguía sangrando. El guardia observó los pasaportes, diplomáticos y en regla, pero aun así comparó las fotos y los rostros de los sujetos. Nena era casi una niña y estaba abrigada hasta el cuello. Billy Sánchez, su marido, conducía. Un año menor que ella, era todo lo contrario a Nena. Alto y atlético. El auto era quien los describía de mejor manera. Interior de cuero, con el asiento trasero copado de maletas y regalos sin abrir. Entre estos, un saxofón, ex amor de Nena, antes de conocer a Billy.
Solo me acompaña, en esta noche petulante de nostalgia, una lágrima que nace de mi ojo izquierdo y muere en mi pecho. Estoy solo, aunque muy bien acompañado, solo, aunque muy bien apartado de todo y de todos. Quiero, pero no puedo, no sentirme tan solo, pero no puedo. Solo me acompaña el tiempo y la soledad de aquella lágrima que recorre mi rostro. Me siento, aunque me siento solo, solo.
Es una tarde más, una gris tarde salpicada de garúa en todas partes. Busco el lugar, un lugar, un espacio donde el arte se detiene en el tiempo, en un periodo estático. Doy vueltas en el auto y encuentro una pequeña casa blanca con un cartel y una puerta de vidrio.¨La Galería¨, es aquí, estaciono; un amigable conserje me abre la puerta de vidrio, una vez más el arte acaricia mis ojos y me inspira a escribir una nueva crónica. A Eugenio no lo conocía hasta ese momento, pero gracias a la obra aprendí de él un nuevo concepto de la reflexión sobre nuestra existencia, sobre lo minimalista, sobre la simpleza de las cosas y la belleza de lo simple. Entre y un pequeño pasadizo me conduce a dos salas, la principal a mi mano derecha, donde 9 de sus obras me venden un boleto de ida al fascinante mundo del arte. En esta sala hay cinco repisas, unas en madera, piedra pulida y botellas de plástico recicladas, con formas geométricamente perfectas, esferas, cilindros, que invitan a fotografiarlas, a a
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